Independientemente de las diferencias percibidas en la noción de amistad o de los cambios en las relaciones sociales —ya sea en tipo, cantidad o calidad— que ocurren a lo largo de la vida, es evidente que los seres humanos, como seres inherentemente sociales, tienen una necesidad innata de formar vínculos. La conexión social, definida como la experiencia de sentirse cercano y vinculado a los demás, que abarca un sentido de pertenencia, confianza y valoración dentro de la propia comunidad (Foundation for Social Connection, 2023), es un elemento esencial del bienestar humano.
Esta conexión puede manifestarse de diversas formas. Las interacciones cara a cara permiten a las personas relacionarse directamente mediante conversaciones, espacios físicos compartidos y el intercambio de señales no verbales como sonrisas y gestos. Mientras tanto, las plataformas digitales facilitan conexiones virtuales, permitiendo a las personas compartir pensamientos, imágenes y videos, y participar en discusiones a través de fronteras geográficas. Al dar prioridad a las conexiones sociales, las personas pueden establecer un ciclo de retroalimentación positiva que mejore el bienestar social, emocional y físico, contribuyendo en última instancia a una vida más plena y saludable (Foundation for Social Connection, 2023).
Promover la cohesión y la conexión social dentro de las comunidades es igualmente vital, ya que genera numerosos beneficios tanto para las personas como para la sociedad en general. Una de las ventajas más evidentes es que fomenta la inclusión. Las personas en comunidades socialmente conectadas tienen más probabilidades de experimentar un sentido de pertenencia y de colaborar apoyando a sus vecinos (Glover et al., 2022). Las investigaciones indican que las comunidades conectadas tienden a ser más saludables, ya que mayores niveles de conexión social pueden reducir el estigma asociado a la búsqueda de servicios de salud y alentar medidas proactivas de cuidado entre sus miembros (Nugraheni et al., 2022).
Otra ventaja notable es el aumento de la resiliencia comunitaria. Las comunidades cohesionadas socialmente están mejor preparadas para responder a emergencias o desastres gracias a su proximidad y a sus redes sólidas (Aldrich, 2012). La literatura también destaca que las comunidades conectadas son más seguras, y suelen presentar menores índices de criminalidad (Stuart & Taylor, 2021).
Estos beneficios se extienden a la prosperidad económica. Los vínculos emocionales dentro de las comunidades contribuyen a la resiliencia frente a las crisis económicas, y los trabajadores en comunidades conectadas tienden a permanecer más tiempo en sus empleos en comparación con aquellos que experimentan aislamiento social (Bowers et al., 2022). Por último, fomentar un sentido de comunidad mejora las relaciones de los residentes con los gobiernos locales. Las personas con lazos más fuertes hacia sus gobiernos locales tienen más probabilidades de participar en iniciativas comunitarias y de involucrarse en la resolución de desafíos locales (Kim & Cho, 2019).